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Ciudades para todos: el espacio público como herramienta de inclusión



Cuando hablamos de desigualdad social, pocas veces pensamos en cómo está distribuido el espacio de nuestras ciudades. No es casualidad que los barrios más ricos tengan parques limpios, banquetas amplias, ciclovías seguras y sombra de árboles, mientras que en muchas colonias populares apenas hay banquetas transitables o un sitio digno donde los niños puedan jugar.


La arquitectura social nos recuerda que el diseño urbano no es neutral: puede reforzar desigualdades o convertirse en una herramienta poderosa para la inclusión.


Un buen espacio público es más que una plaza bonita. Es un punto de encuentro, un escenario para la vida comunitaria, un refugio para quienes no tienen otros espacios. En barrios donde no hay seguridad, servicios o acceso a la cultura, una cancha, un parque bien cuidado o una biblioteca abierta puede marcar la diferencia. Donde hay vida en las calles, hay menos violencia.


En Irapuato, hay ejemplos que muestran tanto los retos como las posibilidades. Uno de ellos es el Parque Irekua, que ha logrado convertirse en un punto de encuentro intergeneracional, donde conviven familias, jóvenes, adultos mayores y deportistas. Sin embargo, también es cierto que muchas zonas de la ciudad —como algunas partes de Las Carmelitas, San Gabriel o El Cantador— carecen de espacios públicos bien equipados o seguros. ¿Qué pasaría si se invirtiera con el mismo cuidado en esas colonias, no solo en el centro o en los espacios más visibles?


Un espacio público bien diseñado puede cambiar el ánimo de un barrio. Puede reducir tensiones, fomentar el respeto mutuo y mejorar la percepción de seguridad. Pero también hay que tener cuidado. Intervenir en una zona sin pensar en su contexto puede provocar efectos no deseados, como la gentrificación: cuando las mejoras elevan los costos y terminan desplazando a los habitantes originales.


Por eso, hoy más que nunca, necesitamos un urbanismo con enfoque social. Diseñar con las comunidades, no para ellas. Invertir en los márgenes de la ciudad, no solo en las zonas céntricas. Garantizar que cada niño tenga un parque cerca, que cada adulto mayor pueda caminar con seguridad, y que cualquier persona —sin importar su nivel económico— tenga derecho a disfrutar la ciudad.


Una ciudad justa no es solo la que presume obras grandes, sino la que se construye con justicia cotidiana: calle por calle, banqueta por banqueta.


Antonio Beltrán

Arquitecto

 
 
 

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